Remedio para la culpa



Se dicen muchas cosas sobre cómo vivir la vida y los consejos abundan. Comer manzanas, tomar café, no tomarlo, despertar temprano, más bien no, amar con cautela o sin protección. Conforme los días se han vuelto años he tenido a bien hacerme de una receta propia que no siempre me queda al punto pero se lo achaco más a los cambios de altura y de humedad que a mi falta de pericia en la cocina. No lo digo por presuntuoso sino porque he aprendido más en cuanto a preparar platillos se refiere pero el remedio para la culpa mantiene un estadístico porcentaje de victorias y fracasos temerariamente constante.

No es un receta difícil esta pero suele costar bastante en el arbitrario hemisferio de occidente. Es posible que los ingredientes sean más difíciles de conseguir para el judeocristiano o que Noé haya olvidado subirlos al arca y se han perdido para siempre; ahora tenemos que encontrar sustitutos de cambiante efectividad. Sin embargo, supondría yo que quienes tienen un dios encontrarían las hierbitas y las piedras necesarias sin problema. Diría que rezarle a algún semidiós santísimo de la legión que los acompaña es de gran ayuda pero parecen tropezar más con las rocas que dar con ellas y se llenan de espinas pequeñas en lugar de tomar la hoja adecuada. Como sea, la receta no necesita más que años encima. El pasto ayuda si está entre los dedos de los pies y el aire siempre, siempre da buen sabor cuando está fresco de sombra de árbol o cuando viene de una ventanilla abierta y hay chispas ligeras de agua. Como en casi toda buena receta, la paciencia es importante porque marinar el remedio es un asunto, ahora descubro, perpetuo y solo nos cura a pequeños sorbos cuando tenemos que probarlo para asegurarnos de no habernos excedido con la sal.

100 días creativos 24/100

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