Insuficiencia

     Recién este año en que me lleno de novedad, voy cayendo en la definición de un sentimiento que me acompaña desde hace ya muchos siempres. No lograba identificarlo con claridad; no es un sentimiento de infeririodad per se, se le parece o qzuiás sea otro disfraz. Yo diría, más bien, que es un sentimiento de insuficiencia que llega cuando temes pasarte de sal con la salsa o de azucar con las galletas; cuando te preguntas: ¿será suficiente detergente?, ¿es suficiente agua?, ¿es suficente sol?, ¿suficientes nubes?, ¿reí suficiente?, ¿recé suficiente?, ¿bebí, comí, quise suficiente?; ¿leí, estudié?, ¿practiqué, canté, escribí suficiente?; ¿es suficiente ejercicio?, ¿es ya demasiado pensar? Inexorablemente, El No de diez mil cabezas atiende cada pregunta por separado; excepto en la última que de tantas vueltas causa una cefalea terrible a la Hidra del No.

     En sendas telarañas de signos interrogatorios se extraña la simpleza gramatical del inglés con su grafía solitaria al final de cada frase (de alguna manera aligera la abrumadora sensación de vecindad sin tonel). Esa innecesaria insuficiencia retrocede, sí, pero nunca escapa; se hace raiz y nudo. Se pega a las calcetas como recuerdo ligero de infancia en terrenos baldíos. Ensombrece la vista pero no enceguece, no; es, más bien como ese estambrito esquivo enredado entre la cornea y el mundo. No se sabe si es presa del iris o es una voracidad que amenaza con sombra a los bastones y los conos, calientitos en su concavidad de convexos; pero está ahí. Se nota de reojo al mirar profundamente una pared blanca. Se muestra lo suficiente para hacerse notar y cuestionarse si no faltarán zanahorias a nuestros ojos o lentes a nuestra dieta.

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