32 años después. Cómo cargué un edificio en un camión

Era yo una larva muy joven cuando el Terremoto del ochenta y cinco y no tengo ninguna memoria de el evento más que las anécdotas que solía contar mi madre. No ansiaba yo vivir una catástrofe similar para tener alguna historia que contar pero así ha sido y antes de que lo olvide preferí escribirla.
Decir que cargué un edificio por supuesto es una exageración porque fuimos varios batallones sino es que un ejército completo. Igualmente es hiperbólico decir que fue en un camión porque fueron docenas de camiones de escombro. El edifico, por el contrario, fueron dos. Escribo desde mi perspectiva de hormiga de la colonia, el insecto más común pero quizás con la sensación de culpa más grande del hormiguero por no ser el más listo como para idear ayudas monumentales, ni el más fuerte como para hacer una diferencia notable, ni el más avispado como para haber prevenido la destrucción. ¿Y si ese creciente vértigo de días anteriores era una señal? ¿Y si era, por providencia o casualidad, un aviso del porvenir? ¿Y si hubiera puesto más atención o sido más compasivo? Quizás el vértigo era vilmente una emoción hervida o un simplón exceso de cerilla en el oído derecho. Quizás muchas cosas que no lo fueron y, ojalá, no tengan que considerarse de nuevo.
Supe de dos fuentes distintas que un edifico en el entronque de Av. Eugenia y Gabriel Mancera había sido destruido y luego de ese nos movimos a Viaducto y Medellín. Así, más o menos, empezó esta historia. Ya antes al golpear el terremoto noté la misma activación de supervivencia y defensa del indefenso que se siente al ver la boquilla de cuatro ametralladoras acercarse velozmente lo que redujo mis acciones a: haz algo por ellos. Primero, una familia y al estar bien la familia, el resto de la gente al escuchar de a poco las noticias de la devastación. No quise ser bueno, ni actué por obligación moral sino por una desesperación terrible de estar tan cerca y no hacer nada. Mis habilidades son bastante escasas pero crecí con el germen sembrado de que lo que tuviera yo no era para mí sino para el mundo. Lo difícil de dicho hecho es que, como dije, mis habilidades no son muchas: soy un compositor regular, un guitarrista bastante mediano, un poeta irresponsable y un escritor más rebuscado que elocuente así que pocas veces atino en saber qué es lo mejor que tengo para ofrecer. En este caso fue mi mera presencia de gota de agua en el mar y mi labor como hormiga obrera; una roquita de sal en la arena. No una gota muy grande ni muy interesante, no tengo espíritu de resplandor como para haber sido la gota-diós, que engendró la primera bacteria y se volvió el Génesis Procariote. Solo una gota con un puñado de bacterias y una cantidad de sal promedio. Pero fui temiendo no ser necesario o estorbar y buenamente tuve la oportunidad de mover un par de edificios que ya no existían por el bien de la colmena (que acaso presiente su próxima extinción y se mantiene a ratos muy callada).
Si fuera Plinio podría escribir algo muy hermoso pero solo viví tangencialmente el momento histórico y solo tengo una anécdota poco interesante e innecesaria que escribir. Sucintamente puedo decir tan solo que recoger los escombros de este eco me dejó un dedo apenas sangrado, pies adoloridos, músculos usados, un guante de obrero (de la mano derecha), una botella de agua muy sucia, un par de amigos de los que nunca supe el nombre y que probablemente jamás vuelva a ver, gente que me regaló una torta, un sandwich, galletas y agua, unas botas que cambiaron de cafés a blanco, pulmones que son almacén de polvo muy fino, una foto muy tímida para convencerme que alguna vez estuve ahí y una esperanza muy diluida en alivio; una tristeza sumamente honda, como si la felicidad fuera un mito. Si fuera otro, lloraría pero me incomoda mucho el llanto y lo procuro poco especialmente desde que mamá murió. Supongo que me espera al dar la vuelta equivocada en alguna calle para saludarme pero mientras no hago más que esperarlo a su vez y quitarlo del retrovisor cuando se empaña. Me siento, sin embargo, muy triste porque cargar un edificio requiere tal concentración en cargar cubetas y descargarlas, tomar palas, echar piedras, arrugar documentos, romper azulejos de un baño deshecho o darle forma al esqueleto de una casa que el mundo se desvanece y solo existe el trabajo; solo existe la hormiga, el mundo se desvanece. Lo triste viene cuando para el mundo muchas personas se desvanecieron en este mismo día.
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