Al tercer día: el Lago Tanganica



Al día siguiente del terremoto, nada. Los incansables siguieron, quienes lo hicieron por su trabajo, quienes eligieron no dormir y pelear un lugar sobre los escombros, quienes miraban y tomaban fotos, quienes tenían comida o agua y que eran rechazados en silencio la más de las veces. No yo. Empecé y continué el día pero no como cualquier otro. Aún es temprano cuando no han pasado veinticuatro horas para que el mundo siga girando. Lo hace más lento y más callado; con la cautela de una presa acechando al cazador o como la gente en el metro y en la calle platicando, amándose, peleándose como si nada pero todo hubiera pasado. 

El día pasó conmigo cansado de todos los cuerpos. Se contaron historias falsas y verdaderas, la gente vociferó y ayudó, denunciaron a los servidores públicos que no sirven y ensalzaron al civil que se aprestó a ayudar aunque no hubiera sido tan presto en reaccionar. Igualmente ayudó como siguen ayudando tantos.

El jueves estuve listo de nuevo y busqué dónde ser útil, que fue en sí una labor de paciencia. Dejé que unas voces me llevaran a un lugar enrejado con un mundo de periodistas, un Jorge Ramos con un muchacho nervioso de su entrevista, docenas de policías no dejando a los mirones mirar, una fracción de soldados y un regimiento de máquinas. Al fondo: el recuerdo de un edificio. Me llegó la noticia de un camión con rumbo a Morelos y sus poblaciones doloridas. Habí aun lugar para esperarlo y cargarlo. Cuatro toneladas necesitan muchas manos y fui aunque yo solo tuviera dos.

Llegué a Lago Tanganica #67 luego de comprar un café saliendo del metro Sevilla, que siempre me recuerda a Bosé. Caminé lo que indicó mi teléfono con una lluvia muy capitalina que empapaba como si fuera pleno verano. Tal como en el día terrible, llegué a anexarme a alguna fila de carga y descarga. Sin preguntas, sin 'disculpe usted', sin 'endondes', solo con la timidez habitual pero la decisión necesaria. Igual que el día de antier, las cosas se hacían a la mexicana (aunque el altavoz gritara 'vengo de Argentina'): un intenso y eficiente desorden. Órdenes de todos hacia todos, todos aceptando órdenes de todos dando preferencia a la voz argentina (un poco), a la gente que se notaba que sabía qué hacer o a una persona de nombre Diego Luna. Había montones de todo muy prolijamente separado: medicinas y botiquines, herramientas, ropa, juguetes, despensas (de latas o de comida para preparar) y un par d elugares con agua, café y sandwiches para el voluntariado. También había amigos riéndose por quienes mi anciano amargoso se enojó poco (nunca le gusta cuando la gente no hace las cosas a su modo). Lo apacigué diciéndole que era bueno que la gente estuviera feliz, que no conocieran el pesar o la pérdida; que era buena señal que no hubiera esas manchas. También había gente cosechando 'likes' y lucrando un poco con el lugar para que el mundo los vea como personas más buenas y tener la anécdota necesaria para esta Navidad. Tal vez un brindis a su salud, un 'bien, amigo' en Facebook o algún enamorado que se enamoró aún más. Había familias y un niño de unos 9 años que quiso ayudarme a cargar con su fuerza de niño y sus manos con dos cortadas que me enseñó muy satisfecho y a las que, por supuesto, hice honor preguntándole porqués y cómos. No lo recordaba porque había estado ayudando. Había de todo y de todos haciendo justo eso: ayudando. Si había algún solitario como yo, no lo conocí.

Carros, camionetas y camiones pequeños descargamos de su mercancía y las cargamos en otros carros, camiones y camionetas con diferente rumbo. Llegó el camión por el que había sido yo citado, llegaron los organizadores de dicho embarque junto con sus corazones gigantezcos y, por ello, no pudimos llenar a tope el camión. O salían ellos y sus corazones o entraba más carga. Sin ellos el camión no sabría a dónde ir así que no hubo de otra. Pedimos un poquito más pero otros también necesitaban recursos y eso estaba también muy bien. Nos fuimos y acordamos avisar al mundo que saldríamos a Cuernavaca pues nos enteramos de trailers robados, armas desenfundadas, polis corruptos y funcionarios hiena que podían interceptar la carga. Avisar y que el reino virtual se entere suele ser buena herramienta. Lo hice y me sacudí la mugre de 'miren lo que estoy haciendo' que me cayó en la camisa. Era por un bien superior, mi incomodidad por las 'selfis' y los anuncios de mi paradero tuvieron que esperar. Una cucharada de Nutella y dos de chicharrón en salsa verde después (estaban ahí solitarias ambas cosas y sentí pena por su soledad), subí al camarote del camión a esperar el viaje. Yo ya no cabía en la cabina y me pareció emocionante.

La carretera iba bien aunque muy lluviosa. Oscura y la niebla ya empezaba a bajar. Con la niebla suelen bajar también seres horribles pero esta vez solo hubo un federal que en una especie de anti-Gandalf, anti-balrog, dijo al chofer: 'no pueden pasar'. El chofer quizás jugaba Calabozos y dragones o eso imaginé yo el resto del camino. Imaginé que hizo un tiro de carisma y sacó un 15 o un 17: hubo resistencia pero se libró la situación sin medra alguna. 'Nos dijeron que nos cuidáramos porque andan asaltando pero no creemos que usted' - dijo el chofer al federal- 'vaya a hacer eso'. 'Pues sería una lana y no para un refresco'. 'No tenemos nada, oficial, es ayuda nada más. Si quiere, llévese unas medicinas y unos pañales, mire'. 'Pásenle, si quieren. Pero mejor espérense. Vienen tres camiones y les pasan su carga y ya se regresan sin peligro'. 'No, gracias. Nos seguimos así'. Y así nos seguimos.

Llegamos a Cuernavaca y en hilera descargamos todo nuevamente. Ahora ya no éramos decenas de personas, apenas diez pero estábamos contentos de no tener mayor contrariedad en el viaje y tener, calculamos, unas dos toneladas de cosas con las que ayudar a la gente. El centro de acopio era un bonito lugar con bonitas personas de un ánimo peculiarmente alegre para ser las dos de la mañana y estar en pijama. Nos explicaron que había mucha gente en muchos caminos con muchas cosas y eso me dio gusto. Nos pidieron que avisáramos faltaban velas (la luz aún no s restablecía) y harina porque no les gusta mucho el atún y sí las tortillas. Con el terremoto su proveedor de tortillas no estaba proveyendo. Casas se habían demolido o casi demolido. Habría que reconstruir. Pero el viernes no era un buen día para salir a repartir porque los camiones estaban llenos. Optamos por regresar a la capital del país y tratar de juntar aún más recursos y más gente. Ni noté que eran ya pasadas las cuatro de la mañana. Mi cuerpo sí lo notó luego de un rato pero aguantó porque dijo que por nimiedades superfluas se ha cansado igual. Lo dejé ser y lavé sus dientes para luego arroparlo para dormir un rato y esperar que la mañana tuviera mejores historias que contar.

100 días creativos 18/100

Comentarios

Entradas más populares de este blog