El segundo día de cumpleaños

El mejor regalo es el olvido envuelto en una luna muy redonda y muy blanca. Para cuando uno lo acaba de desenvolver se descubre en una caverna oscura de ratas gordas trepando y trepando los árboles de piedra. La noche es adentro y la mañana se demora suspirando como la cursi que es. Sueña una y otra vez a la madrugada que la olvida cada segundo día y la vuelva a señalar con estrellas viejas que apenas brillan. Si uno se fija bien, eso no importa porque es un día de cumpleaños aunque esté lleno de sangre negra  y ojos de muchas caras.

En este segundo día, si el velo de cristal que hace al cielo negro (el smog sólo lo vuelve grisoso y sin chiste) se dibuja con colores, conviene echarle una pizca de grafito con veinte gotas de agua. Uno nunca quiere que la teoría del color se enrede sobre sí misma y se muerda la cola así que es menester pintar el azul, el violeta y el rojo con notas de una oscuridad firme y llana. De este modo quizás podamos dormir en nuestro regalo y envolvernos también en una cobija blanca que borre nuestra memoria.

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