Clave morse

Hace poco más de un día escuché no a la muerte pero sí algo parecido: un águila tal vez o un animal del pantano seco que crece en julio detrás de mi casa. En cuanto escuché (o sentí, ya no estoy seguro después de servirme tantas horas en el whiskey) su voz me dije: "Esa es la muerte." Pero lo pensé mejor y me aseguré que no podía ser tal cosa porque la muerte no es animal ni ruge. No habría sido ningún mamifero grande porque fue un sonido corto en mi oreja izquierda y está bien documentado que la muerte brilla por gritar con ambas manos. Pensé en un colibrí pero nunca apareció su zumbido. "¿Un gato?" ningún gato suele meterse a casa porque ya les he dicho que me dan alergia. Me caen bien y son graciosos pero el catarro es insufrible cuando me saludan de mano. Aún el pequeño hijo de la bruja (cuya chozita nunca he descubierto a falta de bosque) se mete solamente unos centímetros por al reja y sale corriendo muy prudente cuando me ve.

Luego de quedarme en la cocina un rato más pensando en qué sería lo que escuché y por qué el nombre de La Muerte seguía apareciendo en mi cerebro, deduje que el nombre murmurado detrás de mis ojos salía de la pituitaria. Como es un fragmento encefálico muy intuitivo, le presté un poco más de atención para notar si captaba algo más. Nada. Tuve que mover el sintonizador a la izquierda y luego a la derecha hasta que apareció muy claro pero muy lejano un sollozo en el idioma de las estrellas. Ese que se borra en el silencio de las noches azules y que es tan difícil de explicar con un corazón de tierra.

Lo que oí me dejó muy quieto y no tan sorprendido como pensé que estaría si algún día escuchaba a La Muerte hablándome. De lo poco que logré dilucidar fue que Muerte se escribe con mayúscula y que es sólo un título que se ha dado a muchos a lo largo del tiempo. Escuché también que el tiempo se mide en estrellas y que no son tantas como se cree (eso o duran muy poco). Entre un crujido como de hielo quebrado y piedras de plástico confirmé que escuchaba un sollozo profundo y muy alegre. Confirmé el dolor dulcísimo del sonido de La Muerte. De su voz. Como dije, es difícil explicar ciertos idiomas con determinado tipo de corazón y, si bien entendí más, me es imposible contarlo. Tal vez escuché un mensaje de que la quisieran. Que sólo era ella porque es ella. Que no sufre por los que se van ni por los que se quedan a olvidar con calendarios y platos sucios pero sí sufre porque todos sufren y es virulento ese dolor. Tal vez diría que solamente mandaba, en un avanzado caso de clave morse, sus palabras con una elegante firma: La Muerte.


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