-Apechugue, mijo.- Escucho el comentario neuronal; silencioso. -Meta freno, acelere. Freno, claxon, ¡acelere!- La que lo parió. Soy yo mismo el conductor de mi tren. Soy mi artífice locomotor y mi cabús (aunque suene macabro). Con ella no puedo ser menos que un carril de lustroso acero, durmiente de fina caoba, pedrería brillante entre las vías. Soy tan noche de Luna que soy de ella. Soy sus ojos detrás de la ventana. Soy algo, una especie de mirada esquiva en el retrovisor. Un lamento infinito de faros rojos (esos que anuncian la partida). Soy, creo, un dolor en el costado. Latoso como una indigestión e igualmente profundo. Idénticamente personal. Soy tuyo, alma de brillante, corazón pentagonal de la Manzana. Te respiro, te recuerdo y te pienso en cada paso del aire. Me entrego a ti, a tus pies. Soy el que soy; soy tuyo. Definitivamente. Punto. María Bonita, la luz de mi Sol.