El día que no había amanecido

Lloro poquito para que no te duela
Pero también para mí.
Imaginé que habíamos despertado
Y yo tuve que salir temprano a trabajar.
Te quedaste esa mañana dormida poco rato más
Sería una media hora o tres cuartos.
Estuviste en cama casi el doble pero soñabas
Con nosotros, despierta
Siempre despierta

Mañana y ayer se unían en tu recuerdo
Mientras yo bajaba del autobús,
Subía las escaleras, jugueteaba
En mi bolsillo con las llaves
Buscando tu noche.
La encontré y, ahora sí, podía empezar el día.

Luego de levantarte, fuiste al baño
Y te miraste largo tiempo al espejo
Revisaste los zurcos amorosos en tu espalda
(casi no puedo pedir perdón por ello)
y le sonreíste a tu melena desenfadada.
Todo esto por un largo tiempo.

Estabas pensando si primero el desayuno o  primero el baño.
Raro en ti, decidiste desayunar desnuda
Con sólo el delantal para imaginar otras noches juntos.
Comiste, bebiste y tuviste algo de pena por mi refrigerador
Más solitario que antes.
Luego de tomar la toalla pensaste en comprar algo de queso
O leche, o cereal; o tal vez un par de cervezas, pensaste
Con esa buena certeza tuya.

Abriste la llave, hubo agua fría y después caliente
Creo que ese día cepillaste tu pelo murmurando una canción
Qué cliché, pensaste con una sonrisa distinta, miraste al suelo
Y disfrutaste la cursilería de tu labio bajo tus dientes.

Hubo vapor, entonces, y entraste al agua por centímetros.
Era tu primera vez así que fueron minutos los que templaron
La temperatura. En ese tiempo recordaste mis dedos de gotero
Y mis manos con su propio vapor. Recordaste el día que
No había amanecido
 Y recordaste lo que querías decirme.
Frases para compartir la regadera o algo semejante.

Me recordaste real y sentado, ojos de luz artificial.
Yo escribía con furia y dicha
Pensando en el sol que no alcancé a ver sobre ti
Porque tuve que salir temprano.

Te vestiste con ropa fresca
Aferrada fuerte, fuerte al último roce verdadero.
Pensaste en llevarte algo: una sudadera,
Un libro (no, demasiada osadía),
Algo que atesorar hasta la siguiente visita.
Decidiste mejor dejar una carta.

Te sentaste a la mesa y tomaste un par de hojas de un cuaderno
Más bien tres, olvidaste la posdata.
Dijiste muchas letras pero más bien poco.
Lo admitiste por fin: me amabas.
Yo desde mi asiento supe lo que acababas de escribir.

Dejaste la carta doblada en una esquina de la cama
Era lo primero que yo vería al entrar a nuestro cuarto
(se pierde en las noches la propiedad privada).
Saliste con las llaves de tu guarida
Lo hiciste con pesar y anhelo
Con otra de tus sonrisas pensando en tu escrito.

Llegué esa misma noche
Te vi en la tarde por un momento y no dijiste nada
Nos sonreímos con la mejor de las malas intenciones
Y nos despedimos fugaces.
Entré, eché llave, prendí la luz del comedor y antes de entrar al cuarto
Vi unas cuartillas sobre la cama

Me emocioné de verte en tu ausencia
Desbocado tomé las hojas
Y tragué un poco de saliva al leer
La cantidad absurda de la cuenta del teléfono.

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