Tirano


Otra vez muerden los cerdos
la carne dulce de la memoria.
Otra vez roen la noche
con su baba espesa.

Otra vez me descubro un cerdo.
No el mayor, no el más terrible;
el más lento, el más ínfimo
de los cerdos masticando el desecho
y llenando mis costillas de mugre.

Muerdo feroz mis patas
para seguir devorándome
sin escape.

Muerdo mis orejas
estorbosas para escarbar
mi propia inmundicia.

Muerdo mis ojos
para que la necedad de la luz
no ensordezca mis uñas podridas.

Vomito mi corazón
para poder deshacerlo a mordidas
y volverlo a vomitar.

Muerdo mi trompa
llena de berrinche intestinal;
de ácido y bilis.

Muerdo y trago mi lengua
para evitar cualquier reclamo infecto
de la cordura.

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