-¡Ay, Bartolo, siempre me haces llorar!- Le dije a mi gato que, sosegado, me miraba sin ver como hacen siempre los gatos. Sé que él sabía que se equivocó porque conozco a Bartolo de hace muchos años y simplemente le faltan las glándulas para sentirse mal. No es su culpa. Es cosa de diseño. Seguí tomando café y escribiendo mientras el félido olvidó su languidés para acercarse a mi guitarra. La devoró de vista, se acurrucó al lado y parecía volver a echarse cuando salto sobre la mesa dentro de la taza de café. Parecía bailar ahí. Quedaba un sólo sorbo, un "poquito" de esos que uno guarda hasta el final para perpetuar el tiempo. Bartolo es pequeño y redondo. Es amarillento y feliz aunque no lo parezca. Cabe perfectamente dentro de un sorbo de café y parece disfrutar de las manchas sepiosas que lo adornan luego de sus camorreos entre las tazas. Suele pasearse frente al sol y se tira panza arriba con su sonrisa apagada de gato yélico. Retuerce sus paturrias, las estira y la...